El verdadero discurso de odio por pensar distinto.

Por. Jonás Herrera

Ya es la estrategia preferida de los activistas progresistas pro ideología de género llamarte retrograda, ignorante y prejuicioso solo por pensar y argumentar distinto a ellos y a su lobby, pero cuidado, ellos creen ser los nuevos caudillos adalides de la tolerancia y la diversidad, a ellos se les ha conferido la guardia de la nueva verdad pos moderna "el relativismo", donde la verdad queda reducida a fantasías y percepciones que mezclan lo absurdo y surreal.

El progresismo burgués de la nueva izquierda odia los datos, no toleran los argumentos, menosprecian el debate, aborrecen los hechos, esputan rencor, improperios, falacias y denigran la razón, ya que les es más fácil aborregarse al discurso de la supremacía mediática de género aduciendo que si piensas distinto: “eres portador de un discurso de odio, una especie de cavernícola”. Como si los hechos o la verdad pudieran cambiar con el paso del tiempo. Y te tildan de anticuado, desfasado, obtuso, charlatán, ok boomer y más, muy convencidos pero sin darte ni un tan solo argumento. No les gusta pensar.

Estos “heraldos” de la diversidad han convertido en discurso de odio todo cuanto sea contrario a sus ideas. Un ejemplo de ello es cuando alguien afirma que se puede nacer únicamente con dos sexos cromosómicos XX cromosoma femenino y XY cromosoma masculino*. Ahí saltan los "porristas" de la ideología de género y sus hordas de troles a proferir los tres  argumentos repetidos y cansones:   

1) "¿Eres un retrogrado, en que tiempo vives?"
2) "Solo idioteces dices"
3) "Imbécil", "morite", "pendejo"... 

Algunos son tan predecibles que siempre terminan con un: "Ojalá violen a tu esposa o a tu hija" plop.

Manuel Casado Velarde, catedrático del Instituto Cultura y Sociedad de la Universidad de Navarra dice lo siguiente a cerca de lo que él llama "Patologizar la discrepancia como nueva estrategia comunicativa", me permito colocar un importante párrafo del que no hay desperdicio:

“La prensa se ha hecho eco estos días de la prohibición de una conferencia, en una universidad pública española, por motivos de discrepancia ideológica. Esto trae a mi memoria épocas del pasado que creía felizmente superadas. Quienes exigían la prohibición esgrimían, por todo argumento, que el conferenciante a quien se le negaba la palabra estaba aquejado de homofobia. Antes de darle la palabra, se le diagnosticó una enfermedad: cuidado, que es un homófobo. Y a diferencia de otros pacientes, a quienes hay que compadecer y ofrecer apoyo y solidaridad, al aquejado de homofobia hay que señalarlo, ponerle una etiqueta, y colocar un cordón sanitario, váyase que contagie a otros.

No es nueva esta estrategia de "patologizar" al que discrepa ideológicamente del pensamiento dominante. La antigua URSS y la Alemania nazi hicieron amplio uso de ella. Lo que resulta extraño es que todavía hoy, y en ámbitos universitarios, se practique impunemente esa forma de desautorizar sin argumentar, tan corriente cuando se trata de la corrección política. Porque al etiquetar determinadas formas de pensar como comportamientos patológicos se está rechazando y excluyendo del mundo normal, de la sociedad civil, a quienes piensan distinto; y todo ello sin tomarse la molestia de razonar y argumentar. ¿Por carencia de argumentos o por gregarismo y pereza mental? En cualquier caso, se trata de un recurso propio de épocas en que la racionalidad cotiza a la baja hasta en la mismísima Universidad. “Donde todo el mundo piensa igual, en realidad se piensa poco”, escribió Chesterton.

Y ahí tenemos la denominación de una nueva enfermedad, homofobia, convertida en insulto. Esta inquisición de lo políticamente correcto acostumbra insultar, para desautorizar, en vez de argumentar. Una forma más, y muy tóxica por cierto, de contaminar la atmósfera social, que dificulta la comunicación entre las personas. Además, las palabras insultantes, como decía Kafka, son preludio de acciones violentas, porque jugar con las palabras es jugar con la verdad, y jugar con la verdad es jugar con la vida.

Quizá lo más revolucionario que quepa hacer hoy sea ignorar olímpicamente las mil y una menudencias de los manuales de corrección política. Que es, por cierto, lo que todos hacen cuando apagan el micrófono y bajan del estrado.

¿Será esta especie de alergia a la racionalidad una afección –por seguir con las metáforas médicas – de la época de la post verdad o del postpensamiento (Simone) en la que, al parecer, estamos instalados? Siempre nos quedará el consuelo del eufemismo para poder decir, con T. S. Eliot, que "vivimos en un mundo que avanza hacia atrás, progresivamente" *

Citando a Diego Poole Derqui y Francisco José Contreras Peláez, “La verdad es lo que es, la realidad misma, las cosas como realmente son fuera de nuestra mente. Los clásicos llamaban a esto «verdad ontológica». Y llamaban «verdad lógica» a la adecuación del entendimiento a la realidad. De tal modo que uno está en la verdad de algo cuando lo que piensa coincide objetivamente con la cosa en la que piensa”.

No caigamos en la trampa cuando se intente patologizar nuestro pensamiento solo por ser distinto, dicha estrategia es propia de las dictaduras, hoy enmascaradas en la: Ideología de Género.

*Publicado en el Diario de Cadiz y en la Voz de Cádiz (18 y 27 de febrero de 2017)
*Casos muy raros como el síndrome de Klinefelter son considerados errores en la división celular.

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