San Martín: ¿la panadería que odia homosexuales?

Por. Jonás Herrera

Aún recuerdo el restaurante donde me dijeron, —sus hijos pequeños no pueden entrar. Me enojé mucho mostrando mi descontento, luego salió el gerente explicándome las razones. —Las personas que vienen aquí no les gusta ser interrumpidos y muchos niños de esa edad suelen hacerlo. Les dije que eran unos discriminadores y me retiré muy molesto; no fue hasta que tuve la necesidad de volver al restaurante por trabajo que pude comprender el por qué de la medida. 

 

Por supuesto entiendo bien las diferencias de esta experiencia con el caso atribuido a la panadería San Martín, pero donde se parecen es en el juicio a priori, ya que en ambas situaciones no es posible conocer previamente las intenciones éticas de una persona o empresa y si esta actúa de forma intencional por odio, por intolerancia o discriminación. De hecho mi posición al juzgar  de discriminación dicho restaurante que impidió que mis hijos entrarán era un juicio a priori, tal y como lo han cometido los que juzgan a la gerente de tal acción y peor los que van contra la panadería que como objeto formal no puede ni odiar, ni discriminar.  


Aquí será importante recordar que el lenguaje tiene siglos de ser utilizado como arma mediática e ideológica: discriminación, tolerancia, odio, etc. Son palabras que han sido resignificadas desde hace algunos años por activistas de género. Suelen llamar odio, intolerancia y discriminación a conductas que no lo son pero que les conviene hacer ver de esa forma. Se trata más bien de proteger los activos que favorezcan su activismo-político y no precisamente relacionados con derechos humanos.

 

Y cuando digo activistas me refiero a que cada vez son más los homosexuales que notan ser usados como carne de cañón, simples objetos de la manipulación política guiada por la agenda violenta de género, esos mismos activistas al conocer la verdad de sus hechos  tienen ya como único orgullo violentar templos, escupir cristos, orinar iglesias y desatar la más despiadada guerra en contra del conservadurismo, y si este es cristiano su odio es exponencial.

 

A estas alturas para la mayoría de nosotros debería estar claro que al activismo político salvadoreño en todas sus formas se nutre de las deepfakes, a este no le interesa utilizar las redes sociales para encontrar o decir la verdad, no les interesa la vida de las personas o empresas afectadas con la diatriba y la ligereza del retuit. Todo se trata en cuanto sirven las mentiras emotivas para sus fines, aunque estos sean falsos. 

 

En el caso de la panadería y concediendo que la versión verdadera sea la de los “ofendidos”, podemos pensar que efectivamente la gerente de la panadería en todo caso actuó sin el mejor entrenamiento; pero acaso y siendo así ¿este sería un caso de odio y discriminación? De ninguna manera, la discriminación como cosa en si se ocasiona cuando existe un trato diferente y perjudicial que se da a una persona por motivos de raza, sexo, ideas políticas, religión, etc. En otros términos, se  discriminaría si se hace por estos motivos y que además estos sean intrinsecos al ser humano, y cuando digo intrinsecos lease propios en sí mismos y que no dependan de las circunstancias. Pero en ningún caso sobre normas de urbanidad, me explico:

 

Supongase que yo siendo protestante decido entrar a una iglesia católica con gorra, al cabo de unos segundos se acerca un acólito llamándome la atención y me dice,    —Usted no puede estar aquí con gorra. De inmediato me nota molesto y aún así  replica si quiere estar adentro de la iglesia debe quitarse la gorra y si no, debe salir. ¿Por esto debo inferir que el acólito me está discrimiando por ser protestante?. En absoluto. Pero esperen, ¿acaso no podría existir discriminación y odio ante tal pedido? por su puesto que si, el punto es que yo estaría imposibilitado en conocerlo por anticipado ya que refiere a una norma de urbanidad y por lo tanto mi juicio a priori sobre ello sería: o bien por ignorancia; o debido  a mi mal carácter; o por el interés personal que persigo de hacerlo ver así; o peor aún quizá sea yo el que odio al acólito católico.

 

Dicho de otra manera, una organización o empresa no discrimina por establecer criterios de urbanidad en base a su política así sea que estas nos parezcan exageradas y hasta groseras; como en el caso del restaurante que no dejó entrar a mis hijos.

 

Otro ejemplo de no discriminación sería el siguiente; entro a la panadería y comienzo a repartir volantes de mi partido político por todas las mesas, la gerente me llama la atención y en consecuencia yo la denuncio alegando que ella y el lugar me odian y me han discriminado por mi afiliación política ¿nota lo absurdo?. Es obvio que no se me estaría llamando la atención por mi preferencia política se lo  hace por mi comportamiento en determinadas circunstancias o por las normas de urbanidad en una específica situación y en equis tiempo y espacio. 

 

En este sentido nadie me está obligando a separarme de mi afiliación política como individuo; no me han discriminado por ser de una determinada religión; nadie está mostrando odio contra mi por mi condición de ser humano. Tan solo se me han hecho ver que mientras esté en esas circunstancias y en ese espacio mi comportamiento se debe adecuar a ciertas consideraciones.

 

Sin embargo en el caso San Martín se puede percibir cierta mala intención en los vociferantes, ya que como lo establecimos se juzgan a priori las motivaciones éticas de la gerente y hasta de la empresa: “marcas discriminadoras, conducta de odio, empresa homofóbica” dicen, pero ¿a caso fuera del “escrache” que piden tienen pruebas que la gerente o la propia empresa tengan dentro de su política violentar la dignidad inherente de las personas con preferencias homosexuales? No se observa, ya que como hemos establecido ya, es imposible conocer de antemano estos motivos. ¿Acaso se llamó la atención de los comensales por el color de su piel, por su sexo o por alguna de sus creencias inherentes?, nada de eso parece ser el caso. Solo se ha juzgado de forma ligera lo que un tuit dice, y que al leer su petitorio solicita más bien iniciar un despiadado ataque propio del activismo ideológico.

 

Se leen mensajes mas bien incitando a los ya incendiarios activistas del lobby de género que deambulan por las redes buscando sangre para justificar su trabajo político; al fin y al cabo son millones de dólares los que la agenda pro ideología de género recibe para mantener vivos en los medios sociales temas como este; mismos que no son abanderados para dignificar los derechos humanos, sino para sacar raja de sus oscuros interéses políticos y económicos.

 

Recordemos el caso de Jack Phillips repostero de Colorado, quien rechazó preparar un pastel de boda a una pareja gay, afortunadamente un caso perdido por la pareja en la suprema corte estadounidense. En este caso siete de nueve jueces coincidieron en que la comisión de Colorado que conoció el caso y que había decidido que el pastelero debía obligarse a atender a todos sus clientes independientemente de su orientación sexual, había demostrado una «animadversión evidente e inaceptable en contra del pastelero». Por cierto nunca se escuchó del lobby de género "pro derechos humanos" defender la voluntad individual de Jack, entonces,  ¿quién discrimina a quién?.


Aquí y salvando las diferencias, parece que estamos ante algo muy parecido ya que al contrario y al juzgar por lo que tuitean los activistas de la ideología de género escupiendo y difamando en verdad no vemos a una empresa odiando y discriminando homosexuales, todo lo contrario; más bien leemos a los feroces activistas LGBTIQ* (que no son necesariamente las personas homosexuales) vertiendo odio con una animadversión evidente e inaceptable. Ya es hora de preguntarse ¿quién odia a quién?.

 


*LGBTIQ son las siglas que representan a un grupo ideológico de activistas  con una clara agenda política, y no se refiere necesariamente a personas homosexuales o con otra preferencia sexual, dicho sea de paso cada vez más estas se separan de estos grupos altamente violentos.

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