El mito de la fe.
Los cristianos debemos distinguir siempre, y no solo en tiempos de crisis, los tres estados en los que se experimenta la fe cristiana, y no me refiero a los tres niveles que estudia la doctrina en cuanto al camino espiritual del creyente, a saber: la fe natural, fe teologal o doctrinal y fe expectante(1). Sino a tres estados donde la fe es mayormente vivida, estados donde los cristianos solemos permanecer e idealizar cuando nos referimos al mero acto de tener fe, convirtiendo esta quasi en un mito.
El primer estado, es la fe en cuanto a la esperanza que se tiene que Dios obre de una u otra manera, específicamente me refiero a la «fe eufórica» cuya felicidad reside en la expectativa del resultado y no en la expectativa de lo que Dios desea sobre dicho resultado; esta fe hiper optimista suele quedarse en percepciones y hasta tergiversar la realidad.
El tercer estado, y el único con propósito eterno es el de la fe en tanto Jesús como Señor y Creador de todo lo cognoscible como lo ininteligible, una dimensión de fe donde si bien la materia se puede afectar lo hace únicamente bajo el control de la autoridad de Dios y no sobre los pedidos del creyente, es una más bien esclava (1 Corintios 7:22); una «fe peregrina»
Hebreos 11:13
"Todos éstos murieron en fe, sin haber recibido las promesas, pero habiéndolas visto y aceptado con gusto desde lejos, confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra".
Dos estados de fe egoísta.
Tanto la fe «eufórica» como la «utilitarista», acercan su relato más a un conjunto de porras de autoayuda más propias del humanismo que de la cristiandad, sirven de forma rápida, para aliviar las cargas temporales de esta sociedad consumista, pero lejos están de cambiar situaciones endógenas. El cristiano más bien abusando de esta imaginaria esperanza, pronto se encontrará con el desánimo y quizá descubriendo que su situación real sigue siendo la misma o aún peor.
Recuerdo ya hace algún tiempo que visité a la tía de una persona muy allegada a mí que tenía como diagnóstico cáncer terminal, estuvimos orando por ella y también lo hicimos por su hijo de tan solo nueve años, para que Dios le concediera paz; al terminar y salir de la habitación una de las personas que organizaba la oración le decía a este niño que sollozaba en la sala:
–Hijo ya no llores, prométeme que esta noche orarás mucho, y yo te prometo que si lo haces con fe tu mamá sanará. –El niño limpió sus lágrimas con esperanza y moviendo su cabeza le dijo –Sí. Esa misma noche su mamá murió.
Desde ese día me he preguntado qué pensará ahora este niño de Dios, porque es seguro que él oró con fe; me he preguntado también si ese niño se maldice por no haber tenido tanta fe para que su madre no falleciera, o quizá peor, abandonó su fe cristiana al pensar que Dios tuvo que haberla sanado, lo cierto es que a este chico ese día nadie se lo explicó; todos los presentes, estábamos muy ocupados experimentando las primeras dos capas de esas fes litúrgicas «eufórica y utilitarista», las que no aceptan lágrimas y desconoce realidades. Nuestros deseos egoístas nos han hecho creer que la fe consiste en que Dios se mueva como nosotros queremos.
La «fe peregrina», se fundamenta en el pensar, en el creer y en el hacer de Jesús nuestro Dios y nuestro Señor.
La «fe peregrina», nos da la certeza que Dios está en control de todo como creador eterno y trascendente, incluso, en control del cáncer que terminó en la muerte física de la tía de mi amigo, no como esa fe fugaz que deseamos que nos sane y libere de la muerte a como dé lugar, sino como aquella fe que conoce al eterno asumiendo con la razón que una enfermedad como el cáncer terminal también se ajusta al plan divino, ya que en el 99% de los casos se armonizará con brutal exactitud a las leyes que Dios mismo estableció para ello, y que aunque duela aceptarlo y vivirlo, el Creador no las violará salvo excepciones reservadas para su misterio.
Nuestra «fe peregrina» nos recuerda que: somos forasteros y peregrinos delante de Dios, como lo fueron los creyentes que nos antecedieron”. Y nos recuerda que: “como una sombra son nuestros días sobre la tierra, y no hay esperanza” (1 Crónicas 29:15). Esa fe advenediza que sabe actuar ante las cosas mecanicistas entendiendo que las trascendentes son reservadas para la autoridad de Dios; trabajemos pues con gran esmero y sin descanso sobre las cosas que nos es posible cambiar, ver y tocar, y entreguemos el control absoluto al Señorío de Dios, aquellas que no nos es posible.
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