Mejor “putearnos” frente al espejo.

Por. Jonás Herrera

Es muy difícil y cuasi imposible tener una opinión medianamente positiva de los políticos salvadoreños, estos de forma general y con pocas excepciones han sido por años protagonistas del menoscabo en la calidad de vida de los ciudadanos. Nos han robado, mentido y manipulado sin decencia, entonces, ¿cómo salvarlos de la puteada y de la repugnancia colectiva? No es posible.

Ahora bien, profunda diferencia hay entre un ciudadano que injuria sin más y de frente a un político al estar harto de como se manejan las cosas en la totalidad del estado y otra es el bárbaro envalentonado "enviado por el poder", y aunque ambos cometen delito según nuestras leyes, es de notar la diferencia entre el insulto que nace de las emociones descontroladas al que surge de la paga por servir con vileza al poderoso de turno. Los estoicos decían que una persona que no puede controlar sus deseos de sentirse ofendido y ofender no puede llamarse hombre, esto aplicaría a ese ciudadano que sin auto control se quiebra por la desesperación rindiendo sus emociones al desmedido acto de insultar. En cambio el otro, aquel que recibiendo el pago sucio de su patrón por realizar acto similar, no solo sería poco hombre como dicen los estoicos, sino que se convierte en un sujeto miserablemente despreciable.

El insulto de paga política conlleva traición y deslealtad y no puede ser igual de ruin que el agravio fruto de la incontinencia irascible, ya que el primero conlleva un fin ulterior macabro, calculado y de origen mezquino, no nace del genuino hartazgo político sino del siniestro fin de desatar una suerte de hordas irracionales que repitan y escalen la conducta con un interés político particular. Oponerse racionalmente a esto no debe entenderse como un acto por  defender al político de la posible reacción orgánica de la sociedad por sus actos indignos, al contrario, se trata de repudiar el acto [insulto de paga] político con fines manipuladores de la masa. Y aunque sintamos una proyección de placer que un ciudadano putee a un político, hay que saber, lo veamos o no, que hay puteadas que roban democracia y ofensas que se llevan patria.

Pero ¿qué pierde la sociedad por ultrajar a estos políticos si al fin y al cabo se lo merecen?, justo que el ciclo se sigue repitiendo. Los salvadoreños no despertamos vivimos en un bucle nauseabundo teniendo los funcionarios que nos merecemos, sí, esos que nos han robado, mentido y manipulado sin decencia. Pero ¿qué podría merecer una sociedad así? sino a esos. ¿Qué podría merecer un pueblo que arenga, vota y adora a estos mismos políticos?. Vaya contradicción: los mismos de siempre insultados por los nuevos haciendo lo de siempre.

Parece ser que en verdad los que merecemos “la puteada” somos nosotros mismos, quizá el acto más decente que podemos hacer los salvadoreños es “putearnos” frente al espejo.

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